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Salí de la habitación con sumo cuidado para que no se
despertara, con la sensación de haber estado allí un tiempo interminable y sin tener ni idea del mundo ahí fuera.
La claridad me hizo cerrar los ojos; aquél niño sólo se
dormía si la habitación estaba completamente a oscuras. Casi siempre era así.
Salía entumida de estar en la misma posición. Lo peor era cuando ya dormido,
había que dejarlo en la cuna y no se diera cuenta de que ya no eran mis brazos
los que le sujetaban. Esta vez funcionó.
Me gustaría sentarme hasta el infinito, poderme relajar,
y no estar pendiente de esos lloros de urgencia del bebé que a veces parecían
declaraciones de guerra.
¡Dormir!, dormir, dormir a pierna suelta, sólo un
poquito. Me siento en el sofá, pongo los pies en alto y para cambiar de rollo
mental me conformo con leer el
periódico; “Según una investigación hecha
en alguna universidad, norteamericana (presté atención, porque estos lo saben todo) a las mujeres, cuando son
madres se les agudiza el sentido del oído de tal manera que aunque estén
dormidas oyen el más leve quejido infantil, aunque esté en otra habitación”.
Me quedo perpleja, pero no tengo ni fuerzas ni ganas para
enfadarme, prefiero pensar que es por exceso de celo, que para el caso es lo
mismo. Aunque a mi niño yo le oiría
igual aunque fuera sorda como una tapia.
De repente suena la sirena que el angelito tiene en la garganta, me levanto de un salto y me cuesta averiguar, dónde y porque estoy allí. Estaba en lo mejor del sueño; una nube blanca muy blanca y muy grande llena de biberones, cunitas, pañales, chupetes, y mucho, mucho silencio ¿Y Herodes? NO estaba Herodes.
De repente suena la sirena que el angelito tiene en la garganta, me levanto de un salto y me cuesta averiguar, dónde y porque estoy allí. Estaba en lo mejor del sueño; una nube blanca muy blanca y muy grande llena de biberones, cunitas, pañales, chupetes, y mucho, mucho silencio ¿Y Herodes? NO estaba Herodes.
Me dirijo a la habitación de la batalla y según voy por
el pasillo, la puerta entreabierta de la cocina me deja ver el caos total que
había dentro. Y me da tiempo a pensar si en la cocina de algún restaurante en
hora punta tendría algo que ver con la mía.
Eaaaa, eaaaa, venga, venga ¡¡MAMÁ ESTÁ AQUÍ!!
No soporto oírle llorar, y el jodío niño lo sabe, y no deja de retarme continuamente para ver quién de los dos impone su dictadura. Y teniendo en cuenta que es el tercero, me siento un poco gili, cuando a veces me dejo ganar, como ahora. Le cojo en los brazos que otra vez por un rato serán su cuna, y sólo Dios sabe cuando saldré. Y cuando salga ya no habrá sofá, porque esta vez me reclama la intendencia, y después salir pitando a por los otros dos que dentro de nada salen del colegio.
P. Merino.
No soporto oírle llorar, y el jodío niño lo sabe, y no deja de retarme continuamente para ver quién de los dos impone su dictadura. Y teniendo en cuenta que es el tercero, me siento un poco gili, cuando a veces me dejo ganar, como ahora. Le cojo en los brazos que otra vez por un rato serán su cuna, y sólo Dios sabe cuando saldré. Y cuando salga ya no habrá sofá, porque esta vez me reclama la intendencia, y después salir pitando a por los otros dos que dentro de nada salen del colegio.
P. Merino.
No tengo hijos pero reconozco perfectamente tu relato. La nube de biberones y pañales, el sexto sentido de las mamas y la alusión al incomprendido Herodes, je, je. La alusión al mataniños la entiendo muy bien porque aunque ahora soy maestra de adultos lo fui también de niños.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues sí, manejar una clase llena de niños también tiene su mérito, mucho mérito, (y también con los adultos).
EliminarPero los momentos de "esquizofrenia" que se viven con los bebés cuando son muy llorones son irrepetibles. Cosas de la vida misma.
Abrazos
Qué bien relatas esta situación, que aunque ya pasada en el tiempo aún la reconozco, porque además esos lloros duran toda nuestra vida y la de ellos, mientras nosotros seguimos en este paraíso y mar de lágrimas. ¡Esto de los hijos nunca se acaba! Te lo digo porque este verano he tenido que estar pendiente de sus historias y eso que ya uno lo tengo casado.
ResponderEliminarEn fin, como madres, ellos siempre gana.
Besos y enhorabuena por el relato.
Hola, Luz.
EliminarTienes razón ser madre es para toda la vida, por muy grandes que sean los hijos, Y esos momentos de cuando son bebés, son tan intensos que no se olvidan.
Gracias, me alegro que te guste.
Besos.
¡No hay nada como criar un hijo... o tres!
ResponderEliminarHola, Pedro.
EliminarEs verdad no hay nada como criar a un hijo, y tres, ni te cuento. Pero como todo en la vida tiene un lado bueno y otro regular. y no se olvida.
Buenos días Puri:
ResponderEliminarEste relato me ha traído recuerdos antaños; mis hijos..., las reuniones en la biblioteca del CPA. Cuando religiosamente acudíamos los jueves con nuestros escritos.
Me alegro que vayas desempolvándolos, y los compartas.
Un abrazo
Hola, Kety, me alegra verte por aquí.
EliminarPues sí, los recuerdos del Club de Lectura, lo bien que lo pasamos y de todo lo que escribíamos allí gracias al entusiasmo que nos contagiaba el profe, Talaván, si no, es muy posible que ni nos hubiéramos conocido.
A veces entro en el baúl de los recuerdos...
Abrazos