sábado, 13 de octubre de 2012

Rebelión espiritual




           
Imagen Internet

             Estaba sentada en el banco que había en el pasillo, con las manos metidas debajo de las nalgas, balanceando los pies de atrás hacia adelante con el ritmo del péndulo de un reloj. Aunque la miré de arriba  abajo mis ojos sólo veían su cara. Un escalofrío me subió por todo el cuerpo, porque a la vez que me era totalmente extraña algo le hacía íntima y familiar.
           -¡Hola!, qué haces aquí-  No me contestó, bajó la cabeza y empezó a mirarse los zapatos que entraban y salían por debajo del banco, como si el color  blanquísimo de sus calcetines le quisieran hipnotizar. Después vergonzosa, me miró y su mirada se fijó en la mía de tal modo, que yo pude colarme en su interior igual que si atravesara una puerta abierta de par en par.
            De golpe sentí que mis manos acariciaban los agujones de colores pinchados en el acerico, que llevaba  en el bolso del vestido, y recordé perfectamente que  se jugaba tapándolos   con montoncitos de tierra, y los ganaba el que conseguía destaparlos a base de golpear con una piedra. 
         En el otro bolso tenía más  tesoros; algunos botones todos diferentes,  que  se soltaron de su lugar y que yo recogía llena de alborozo. También  trozos de hilos de diferentes colores rescatados de alguna tela, a veces del propio vestido, y que me gustaba guardar como oro en paño para jugar a las “cunitas”. Se ataban los hilos unos con otros, se cogían  con las dos manos extendidas, después se entrelazaban con los dedos hasta formar algo parecido a una cuna,  que otras manos recogían cambiando la figura hasta que no había forma de seguir porque se enredaba todo.
            Empezó a molestarme la tirantez del pelo por el peinado de las trenzas; tiesas, brillantes,  sin un pelo fuera de su sitio,  y rematadas con lazos de seda blanca para tapar las gomas que servían de eterna sujeción. Sólo así resistirán hasta el final del día aunque corra, o se me enganchen en la cuerda al saltar  a la comba. Si  los pierdo,  no estrenaré otros hasta el domingo de Ramos y eso, si doy la lata lo suficiente.
            Hoy  vino la infancia a visitarme.

 P. Merino



Imagen Internet


Niñez...

Estado de ignorancia que ayuda a ver las cosas diferentes,
y estar  dispuesto a ser feliz a cualquier hora,
correr sin temor ni cuidado por el barro,
 y a revolcarse  al bajar por la pendiente
cansado y exhausto al llegar a la pradera.

Creerse el rey de todo lo que sus ojos miran,
y con derecho a tocar hasta donde sus manos llegan.

Guardar con descuido en los bolsillos, 
los lazos caídos de las trenzas,
o las canicas de cristal ganadas en la última contienda.

Y al volver ya tarde a casa 
con la cara sucia  a cachos,
del  polvo de la calle y las lloreras,
esperar   impaciente y temeroso,
 la mirada atenta y sin reproches
de la  madre al ofrecerle la merienda.

                                                                  P. Merino.


4 comentarios:

  1. Yo también llevé trenzas y coletas tirantes y jugué a las cunitas. A los alfileres no jugué nunca pero vi jugar. La niñez está en cualquier esquina, te la encuentras y vuelves a paladear sus sabores o sus sinsabores.
    Viajamos a través de tu entrada, en prosa y en verso, por ese paraíso perdido. Paraíso visto desde aquí.

    Besos, Pamisola.

    ResponderEliminar
  2. Yo estoy viviendo mi segunda infancia con mis nietos, y es lo mejor que te puede pasar.

    Me alegro que saques a la luz todo lo guardado.

    Besos

    ResponderEliminar
  3. He quedado prendado de una palabra: acerico. Esa palabra y la mención del juego -al que yo, como niño, no jugaba- me ha llevado a la infancia también. Gracias.

    ResponderEliminar
  4. Abejita:
    Hay épocas -la niñez- en que los juegos o las modas igualan lo recuerdos, y través de ellos viajamos a ese espacio de tiempo tan importante para todos. El paraíso perdido.
    Gracias.

    Besos.


    Kety:

    La infancia de uno es intransferible, aunque tu ahora estés
    viviendo la de tus nietos, una suerte. De vez en cuando meto la mano en el cajón, y ya sabes... tú lo explicas muy bien.

    Besos.


    Pedro: Yo no puedo hablarte a ti de palabras, pero es bonito quedarse prendado también de ellas. Y si nos llevan a la infancia con más razón.
    De nada.

    Besos.




    ResponderEliminar

Por razones ajenas a la autora de este blog, no se admiten comentarios anónimos. Pido disculpas y espero volver a permitirlos más adelante. Gracias.