sábado, 19 de mayo de 2012

Cosas de Nicanor Parra

Puede ser una idea para quien crea en los milagros. 


Esta es una de las muchísimas tarjetas colgantes. (Foto de dos entradas anteriores).

miércoles, 9 de mayo de 2012

Dudas por correo


            Hacía un buen rato que Dori observaba  el paquete que a media mañana  había llegado a casa a su nombre: Teodora Fernández Escribano, (lo decía bien clarito) pero ninguno  en el remitente.  Para observarlo  mejor se sentó separada de la mesa de la cocina  donde lo había dejado el repartidor, y moviendo la cabeza de un lado a otro se preguntaba,  por qué   tomarse  las molestias y no darse a conocer.
             ¿Querrían darle una sorpresa?
            Una sorpresa…  puede ser buena o mala -pensaba ella- de momento lo encontraba divertido, un paquete con el para: pero sin el de:
Foto: Internet
      Ignoraba el remitente clandestino que Dori,  no era curiosa. Que  podría estar mirándolo  horas, sin hacer nada al respecto. Que dejaría crecer sus dudas y a la vez  las   expectativas,  tantas cómo tiempo tardara en decidirse a abrirlo.  Tampoco sabía el emisor fantasma que era escéptica e indecisa de nacimiento, que hasta  sus amigas  le llamaban    “doña Mary-Dudas”  y según éllas,  demasiado tarde para  cambiar. 
         ¡¡ Si no lo abría!! -seguía pensando- dejaría la incógnita en el aire  como  ropa tendida  qué  sólo  el tiempo hará desparecer. Y buscarle  sitio  en el trastero sería igual a eternidad.
       ¡¡Y si lo abría!! Se arriesgaba a   no entender porqué o quién lo mandaba, suponiendo que  dentro hubiera algo que lo delatara.  
            Estaba en estas disquisiciones consigo misma, cuando un meteoro en forma de balón entró por  la puerta de la cocina y detrás  una pierna acompañada de lo restante del cuerpo de  Juanito José, su hijo pequeño. No fue ninguna casualidad,  el balón tenía que acertar en el paquete  por narices.  Lo dice la ley esa… “que si hay un objeto  frágil en un punto concreto y en cuatrocientos metros a la redonda hay un balón volando, le caerá encima”.
            Dori se mosqueó bastante por el susto,  y por que esas no son maneras de entrar en ningún sitio. Pero sobre todo, porque alguien había decidido por ella qué hacer con el “paquetito”.
            Al recogerlo del suelo  lo movió a dos manos como si fuera una maraca para asegurarse de si  el contenido se había hecho añicos. El sonido era revelador, contrariada comprobó que   ya no habría  sorpresa que darse,  y  el “suspense” creado mentalmente  sin siquiera darse cuenta, se esfumó. Mejor así.  Lo más práctico era terminar  de una vez  con la incertidumbre  que ella  solita estaba convirtiendo en un problema.
            Los ruidos eran lo más parecido a cristales rotos.
            ¡Vaya!, -se dijo con fastidio-, ahora habría que  decidir dónde tirar los restos huérfanos de remitente; al contenedor del cristal o al de los cartones.
            Con tanta  investigación y análisis, Dori,  olvidó pitar la suspensión del  partido, o expulsar a la caseta al certero goleador. Y antes de que pudiera reaccionar para dar la orden pertinente, su niño encajó otro pelotazo en el paquete y lo destripó.
            -¡Dos a cero!-  gritó  mirando a su madre  con un gesto de ganador agresivo un poco inquietante.
   Por el suelo quedaron los minúsculos trocitos  del  jarrón-bandeja-frutero o cosa imposible de reconocer, del envío  anónimo que se instaló hacía un rato como por arte de magia en la mesa de su cocina. De los trozos de  incertidumbre de una hora y media, de quizás, el objeto con que rellenar  ese  hueco del aparador que quedó vacío a consecuencia de un partido anterior.
            Al agacharse  para recoger  los restos  buscó  ávidamente algo que se pudiera leer. Sujeta en lo que parecía un asa  había  una etiqueta que decía: Made in Taiwán.
            -¡Bah!,  ni siquiera era un regalo con personalidad-.   
            Y no: no había  una tarjeta  que deshiciera el misterio,  y ahora  lo entendía. Quién se iba a hacer responsable de algo  así.
            Mientras bajaba a la basura lo que quedaba del estropicio, decidió  sin ningún titubeo, que la azotaina que se había ganado “Ronaldo”  José,   por los goles  en  propia puerta, de momento quedaba suspendida. Y hasta empezó a  considerar la posibilidad de llevar al chico a una escuela futbolera.

  P. Merino