Al llegar la noche, la transitada estación de Chamartín, se queda así. Las luces caen sobre las cosas, sólo sobre las cosas.
No hay prisas, y los pocos que quedan, ya somnolientos, esperan el tren para terminar esa división repetitiva del tiempo, día-noche, cuando para otros casi, casi, está a punto de empezar.
Pasillos largos y tan vacíos que parecen inútiles, cuando sólo descansan y esperan. Dentro de unas horas todo será totalmente diferente, y la pista de patinaje limpia y sin obstáculos de ahora, parecerá un escenario lleno de gente ejecutando una especie de baile sin música, sin ensayar, con movimientos rápidos y mecánicos, como si apenas pisaran el suelo. La cabezas altas buscando la clave; un número de vía que case con el nombre del sitio donde van, y desparecer por el hueco indicado lo antes posible.
Estación de Chamartín, Madrid, 17 de julio, 12 de la noche.
Purificación.
Pido excusas por las fotos, hechas con el móvil. Son malas, pero ahí, en varios clic, estaba la sensación urbana, que las fotos y yo intentamos explicar.