Siempre que puedo vengo a la casita de campo de la familia para
descansar, recobrar fuerzas, renovar las ideas y ensanchar mi mente. El jardín aunque descuidado
conserva las primitivas formas de cuando aún vivían mis padres y lo cuidaban
con esmero, y todas las primaveras sigue ocurriendo el milagro convirtiéndose
en un pequeño paraíso por el que pasear y perder el tiempo admirando la belleza de las plantas y los
árboles, sobre todo ahora que llega el final del invierno y los almendros empiezan a mostrar su esplendor de avanzadilla
blanca y rosada, el punto de partida antes de que la primavera explote y cambie el paisaje por una temporada.
Estoy sentada en el banco de madera que hay en el jardín desde donde se ve el árbol, un enorme roble centenario que le da sombra y categoría a la casa, y que sin querer como siempre me ocurre, me trae a la memoria aquel fatídico verano.
Estoy sentada en el banco de madera que hay en el jardín desde donde se ve el árbol, un enorme roble centenario que le da sombra y categoría a la casa, y que sin querer como siempre me ocurre, me trae a la memoria aquel fatídico verano.
Como siempre a
finales de junio nos trasladamos a esta casa de campo, aquí pasé los momentos más felices de mi vida
hasta el día en que Manuel murió.
Ya sólo recuerdo que la pelota estaba colgada del
árbol cual fruto tentador, me preguntó si subía a por ella y yo le dije que sí. A mi corta edad ya sabía que se podía caer y hacerse daño,
pero la palabra muerte aún no estaba en mi vocabulario y menos aún su significado
en mis entendederas.
El grito de mamá
llamándole para ver si despertaba me persiguió años y años. Nadie se
dio cuenta que yo estaba acurrucada en este mismo banco, ajena a la
realidad de aquel larguísimo y angustioso momento.
El verano siguiente fue el más difícil
para toda la familia, y todos al llegar echamos una esquiva mirada al árbol, imponente
y culpable, en su sitio y con la rama, todavía rota, que debió de ser su brazo protector. Seguía dando sombra
a la casa, desde entonces más silenciosa y también sigue guardando mi secreto que
tantas veces me atormentó; podía haberle
dicho que no subiera y no lo hice, por eso siempre pensé que me
miraba rencoroso por no haber dicho nunca la verdad.
Calladamente hicimos las paces cuando mis hijos empezaron a corretear por el jardín y se sentaban a su sombra en las tardes asfixiantes de julio y agosto. Entonces comprendí lo que representaba para mí; él fue el último que le tuvo en su regazo y, junto conmigo, el que escuchó sus últimas risas y el ahogado grito al caer. Cuando paso por su lado alargo el brazo hasta que mis dedos rozan su dura y áspera corteza como quien saluda a un amigo. Ya me imagino su aspecto alegre y festivo cuando dentro de unos días nos acoga a todos para celebrar la boda de mi hijo mayor, el otro Manuel de la familia.
Un suspiro que casi me sale de los talones me deshace el nudo de la garganta y en parte me libera el corazón de toda culpa, era necesario para estar bajo sus ramas como si fuera un templo, sin remordimiento ni rencor.
Empieza a refrescar y me ajusto el chal de lana que llevo sobre los hombros. Estamos en febrero, me lo recuerdan los almendros floridos que tanto me gusta mirar.
A pesar de todo, es aquí donde me gusta venir cuando quiero huir del mundanal ruido. El silencio ya no es acusador.
Calladamente hicimos las paces cuando mis hijos empezaron a corretear por el jardín y se sentaban a su sombra en las tardes asfixiantes de julio y agosto. Entonces comprendí lo que representaba para mí; él fue el último que le tuvo en su regazo y, junto conmigo, el que escuchó sus últimas risas y el ahogado grito al caer. Cuando paso por su lado alargo el brazo hasta que mis dedos rozan su dura y áspera corteza como quien saluda a un amigo. Ya me imagino su aspecto alegre y festivo cuando dentro de unos días nos acoga a todos para celebrar la boda de mi hijo mayor, el otro Manuel de la familia.
Un suspiro que casi me sale de los talones me deshace el nudo de la garganta y en parte me libera el corazón de toda culpa, era necesario para estar bajo sus ramas como si fuera un templo, sin remordimiento ni rencor.
Empieza a refrescar y me ajusto el chal de lana que llevo sobre los hombros. Estamos en febrero, me lo recuerdan los almendros floridos que tanto me gusta mirar.
A pesar de todo, es aquí donde me gusta venir cuando quiero huir del mundanal ruido. El silencio ya no es acusador.
P. Merino
Imagen: Ben Goossens
Un relato que conmueve. para una niña cargar con una culpa así .sin ternerla, era solo una niña- es demoledor.
ResponderEliminarBesos
PD- Aunque ha encontrado la paz con los años, hubiera sido necesario el abrazo materno/paterno que le asegurara el afecto de lso padres y la liberara del sentimiento de culpa.
ResponderEliminarUn relato muy dramático por partida doble, la muerte del niño y el sentido de culpa de una niña inocente y que encima fue testigo ocular de los hechos que esto ya de por si es muy traumático......Me alegra saber que los años curaron esta grave herida.Besotes
ResponderEliminarSi hubiese estado solo tal vez habría subido al árbol igualmente, la niña que eras no entendía como bien dices nada de la muerte ni del peligro que corría tu hermano. El tiempo ha pasado e imagino que aunque el recuerdo permanece el sentimiento de culpa despareció, como debe ser. Sólo así podrás sentarte tranquila bajo la sombra del árbol.
ResponderEliminarBesicos.
Un relato inquietante y bien trazado. Todas las heridas cierran...casi.
ResponderEliminarbesos
Me gusta mucho la tensión que vas creando en el relato porque va poco a poco aumentando, para después darnos el relax, con ese "a pesar de todo" ser el sitio favorito de la ya mujer sin culpa.
ResponderEliminarEnhorabuena
Un abrazo
Luz
La naturaleza nos reconcilia con la vida.
ResponderEliminarBesos y abrazos
Recuerdo cuando lo leíste en el club de lectura y quedamos todos sobre cogidos. Es la magia de la escritura. ;-)
ResponderEliminarBesos
Myriam, Charo, Ana, MªÁngeles, Luz, Virgi, Kety;
ResponderEliminarGracias a todas por vuestros comentarios, todos son muy importantes para mi.
Por si acaso, quiero aclarar que este relato no es nada personal.
Muchos abrazos.