Hacía un rato que buscaba el número de teléfono del servicio técnico,
nerviosa y con la cara de cabreo obligatoria, cuando un viernes por la mañana
la lavadora dice, no. Y para no cabrearse más, el pensamiento se le fue por la
tangente
-Sé que si quisiera,
podría atraer su mirada de una manera mucho más interesante, por ejemplo;
cambiando mi manera de vestir, pero no me da la gana. Pensaba Lola, mientras removía el café del desayuno, con la
mirada perdida en el oscuro líquido encargado de hacerle revivir un nuevo día.
Eso sería cambiar
las cosas, y ella, no quería cambiar
nada. Además, qué pasaría cuando se sintiera incómodamente traidora a sí misma,
rastrera y oportunista. Tendría que volver a lo anterior y dejaría al
descubierto toda la maniobra. Ya le costaba trabajo todas las mañanas, escoger
la ropa que se iba a poner y complacerse
sólo a ella misma, como para pensar en el prójimo. Una vez leyó en algún
sitio, ¿qué es ser fiel a si mismo? Explícalo. Pues eso debía de ser, respetar
las ideas de uno, y tenerlas en cuenta por encima de todo, aunque se parara el
mundo, o peor aún; que todas las lavadoras del universo dejaran de funcionar en
fin de semana.
Después de
reflexionar, llegó a la conclusión de que estaba llevando las cosas demasiado
lejos. Tampoco era para tanto, -se dijo- mientras buscaba en el armario la
única falda que le quedaba, las había desechado todas a favor de los
pantalones, como todas las mujeres cómodas y modernas. Y, ¿dónde puñetas habría
guardado la camiseta roja-ceñidísima, que le regalaron las amigas en plan de
coña, el día que le concedieron el divorcio? Ella estaba tan hundida y
desconcertada aquél día, que no estaba para camisetas y menos de aquéllas
características. La debió de meter en algún cajón y no la había vuelto a ver. Pero ahora no
estaría nada mal, para ir en plan provocativo, de “aquí estoy yo”, para ver la
cara que se le quedaba al colega de la oficina, -que la controlaba como si fuera su madre- notaba cualquier cambio en
su atuendo, incluso el perfume o el color de la sombra de ojos.
Y claro que se
temía lo que iba a pasar. Cuando una mujer dice que es divorciada, es como
decir, que todo “el monte es orégano”, o
que se ha “abierto la veda”, que “más vale tarde que nunca”.
-En guardia, Lola; todavía no estás para tontunas.
-En guardia, Lola; todavía no estás para tontunas.
Recuerda cuando
Charo, su amiga del alma, cuidaba a un anciano de ochenta años y cuando éste se
enteró de la ausencia de hombre en su vida, empezó a tirarle los tejos.
¡Ochenta años! -¿pero es que no se
rinden nunca?, clamaron las dos a coro. Aún se acuerda cuando se lo
contó llorando como una Magdalena y terminaron las dos tiradas por el suelo de
la risa nerviosa que al final las invadió.
Qué incertidumbre, que desasosiego, que pereza tener
que empezar a tontear otra vez y ponerse al día, le aconsejaba Charo, que le
llevaba años de ventaja en la nueva situación.
¡Por Dios!, ella
nunca tendría valor de irse sola a una
discoteca aunque allí le esperaran todas las amigas del mundo, o el mismísimo príncipe
del cuento. Se estaba tan bien en casa, haciendo… ¿qué?
Dejó de buscar la
falda, además si la encontraba seguro que ya no le valía, (ella siempre tan
positiva). Se puso un pantalón y se hizo la concesión de ponerse la camiseta
roja-ceñidísima. Después de
mirarse en el espejo comprobó lo que ya sospechaba, parecía que se iba a
“trabajar la esquina”, y acabó hecha un ovillo en el sofá sin saber qué hacer,
si reír o llorar, o hartarse de pan y chocolate, su antidepresivo favorito.
- Oiga, sí, una lavadora.
-¿Hasta el martes?
- ¡Nooo, por Dios!.
Purificación.
Foto, publicada por Merich.
-¿Hasta el martes?
- ¡Nooo, por Dios!.
Purificación.
Foto, publicada por Merich.
Soy la primera.
ResponderEliminarLo mejor es arreglar la lavadora, lo otro...se arreglará solo, pienso.
Besos, Pamisola
Gracias, por tu comentario y por ser la primera.
EliminarAbrazos.
Por supuesto que lo primero es la lavadora.-¡faltaría más!Pero habrá un término medio entre la lavadora y la camiseta ceñida. Digo yo. ;-))
ResponderEliminarBesos
Pues con el tiempo usará la camiseta y la tendrá que lavar. por decir algo.
EliminarGracias Kety, besos.
Creo que no cambiamos porque el miedo nos lo impide,pero si somos valiente y lo hacemos, podemos descubrir que el cambio con la camiseta roja ceñidísma puede ser maravilloso ¡Quién sabe! Si no lo experimentamos no lo sabremos nunca.
ResponderEliminarMe gusta como nos cuentas estos cuentos tan reales y cercanos de la sociedad de hoy en día.
Un abrazo
Luz
Tienes razón, Luz, falta valor.
EliminarGracias por seguir leyéndome.
Abrazos