martes, 16 de julio de 2013

EL PORCHE

Relato estival

            Siempre  que puedo me gusta sentarme en el porche para disfrutar de ese  rato especial  que me ofrece el día, casi siempre al atardecer. Es la recompensa del ajetreo diario. Hoy además de lo de siempre, fui al veterinario con Rascayú, está triste  y se niega a comer desde que, Lula, su compañera de muchos años, murió hace unas semanas.  
           A todos nos preocupa mucho su estado de tristeza, pero me tocó a mí luchar con él hasta que con ese  don de convicción  que Dios, no, me ha dado…  -anda, venga, Rascayú si te portas bien te vamos a traer una Marilyn preciosa-,  y alguna mentira más,   logré meterlo en el coche.  
Me dejo caer en el sillón con un suspiro tan hondo  que  los volantes del cojín producen tanto alboroto que Rascayú, se asusta y da un respingo antes de tumbarse en el suelo a mi lado como siempre, él también participa del ritual.



- ¡Vaya!,  olvidé el refresco en la cocina,  pero   no me muevo.  Pongo los pies en el otro sillón y miro al cielo. Es un placer  contemplar las nubes, siempre diferentes, a veces tan espectaculares que  si estuvieran plasmadas en un cuadro pensaría que son pura fantasía del pintor. Hoy  parece que se mueven más que otros días. Estoy tan a gusto que me dejo transportar por éllas sin importarme mucho el destino.
El sonido de un coche que se acerca me fastidia el momento, mí momento de soledad diaria. No me muevo. El seto de la entrada oculta la parte de los sillones. Está para eso. Rascayú tampoco se mueve, sabe leerme el pensamiento.
– ¡Eh, hay alguien ahí!,  grita un tonto del culo que no sabe nada de mi hora santa, y al parecer  tampoco  entiende lo de  “camino cortado”.  ¡Ni hablar de moverme! Vuelvo a mirar al cielo, las nubes ahora tienen prisa, y yo ninguna. Cierro los ojos nuevamente y empiezo a balancearme de delante a  atrás con ese vaivén cadencioso, casi mecánico, que se quedó  impreso en el cerebro de cuando  había que  acunar a los hijos para que se durmieran.
- ¡Ay Clara, Clara! qué te hubiera  costado levantarte y contestar a ese pobre despistado con una sonrisa, justita, pero amable…-  
Y  me veo en otro porche, cómo Meryl Streep,  estirándome el relimpio vestido de las  tardes,  quieta en la escalera cual  vestal griega, sujetándome detrás de la oreja un mechón de pelo que me estorba en la cara. Y a Rascayú  que se tapa un ojo con la pata, igual a: tú sabrás lo que haces, no lo quiero ver.
 -¿Qué se le ofrece señor? Y sin dejarle un minuto para reaccionar, digo con sorna ¿no será Ud. del National Geographic?
-Perdón,  no he entendido bien.  Pregunto por el señor Miranda, vengo a traerle  un paquete.
- ¡Lo ves! Qué bien hice con no moverme, y vuelvo a mirar cómo van las nubes. Y de nuevo  me dejo llevar…



 Estoy en otro continente, en una bonita casa de estilo colonial,   abriendo cajas que contienen libros,  mi valiosa vajilla de porcelana, la delicada  cristalería heredada y el querido gramófono que habrá  que limpiar con esmero para lograr que el cambio de  clima no afecte a su sonido fiel.
Salgo al interminable porche con unas  tazas  en la mano  cuando oigo el motor de un coche y ver quien viene a visitarme, este camino no es de paso.
-¡Hola!, he venido a saludarla, y a preguntar si todo va bien.
-Todo bien, muchas gracias por su interés.
-Le invitaría a un  té pero… todavía estoy desembalando la vajilla, digo, a la vez que muevo la mano con las tazas
-No importa, otro día aceptaré con gusto.
-Cuando quiera, siempre será bien recibido. 
Y no le digo nada más, porque  intuyo que no tardando mucho, volverá para invitarme a ver África desde el cielo.
Rascayú empieza  a gruñir, mi hora santa se ha terminado.

     P. Merino.
     Imágenes: Internet
(Relato publicado el 23 de enero de 2012, en el blog amigo: <TALAVÁN TALAVÁN CUENTA>


9 comentarios:

  1. La compañera de Koro, a quien él consideraba su madre, dejó también esa pena profunda. Incluso se puso enfermo de un ojo y ambos (él y yo) sufrimos mucho.
    Hoy creo que la ha olvidado, pero no lo sé.
    En Paradela no hay puentes para fotografiar. Pero hay un petroglifo digno de un Robert africano...

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  2. Apenas despierto de la tranquilidad que transmite el relato. Me ha gustado y he naufragado hondo... saludo. Es un placer leerte.

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  3. Me has recodado las peliculas "Los puentes de Madison" y "Memorias de Africa", dos de mis favoritas. He sentido la calma del atardecer y el vaivén del sillón, el aire que mueve esas nubes y la compañía fiel de Rascayú.
    Por un momento me has llevado allí con tu micro y volver a la vida real después de esto, no es lo mismo.
    Me ha encantado Puri. Besitos

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  4. Pues lo siento por Rascayú.Me he quedado con las ganas de saber quién era el que interrumpió esa hora sagrada de descanso.Besicos

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  5. Pues sí, me recordaste a Meryl esperando por su fotógrafo. Lamentablemente, no todos tenemos un porche.
    Besitos, cuídate de esas visitas intempestivas.

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  6. Un relato misterioso, has pintado muy bien a Meryl, con su vestido limpio de tarde. Será una digresión pero en esas película salen unas mujeres con unos vestidos de mucha tela, limpísimos y sin una arruga. Sin lavadora y con planchas de carbón. Milagro.

    Besos, Puri.

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  7. No me puedo creer que si lo publicaste donde Pedro TAlaván no lo recuerde, quizá se me pasó y no lo leí, porque de verdad es un buen relato siempre acompañado por esas nubes de atardecer que van y vienen, como tus palabras que nos llevan y nos trae de unos lugares a otros impregnadas de calma.

    Me alegra mucho el que pasases un buen día con todos nosotros en tu ciudad. Estaba un poco preocupada por cómo te habías sentido, pues ya sabes que te empuje y eso conlleva alguna responsabilidad.

    Un abrazo

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  8. Me trajiste suavemente "Memorias de África", una de mis películas favoritas.
    Bonito paralelismo el que haces. Las nubes te han trasportado....

    Un abrazo, y ¡ánimos al pequeño Rascayú!

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  9. Me gustan los relatos que no concluyen pero sugieren.
    Besos.

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Por razones ajenas a la autora de este blog, no se admiten comentarios anónimos. Pido disculpas y espero volver a permitirlos más adelante. Gracias.