lunes, 25 de febrero de 2013

Reales Asuntos

 Una carta perdida


A los cinco meses de llegar a Plymount con tan sólo quince años de edad, la joven  y hermosa Catalina, ya era  Princesa Viuda. Sin marido, sin dote y sin saber cuánto tiempo tardarían en arreglar la vuelta a  su país, se sentía en el más absoluto desamparo. Siete años tardaron sus padres en negociar otra boda que garantizara la solidez  que requerían las dos coronas la inglesa y la española, mientras élla con la mirada perdida buscaba en el horizonte una explicación  que nadie le daba. Charlotte, su fiel dama de compañía, la única que la entiende y le acompaña desde que llegó aquel  país, la sigue unos pasos por detrás en el paseo matutino. Adquirieron la costumbre de pasear todos los días por las  verdes y húmedas praderas inglesas cercanas a palacio a la vez que Catalina,  descubría que el sol allí  no era bienvenido.  

  -Mi querida Charlotte, cada día aguanto menos el mal tiempo de estas tierras. Volvamos a la casa, hoy quiero escribir una carta.




En el año del señor de 1533

Querida Juana, hermana mía:

 Te escribo  aunque  sé que no me contestarás. Tengo información sobre ti a través de los enviados reales que van y vienen.
Cuánto me gustaría, Juana, verte y hablar contigo de nuestras cosas, también con María, aunque ella siempre estuvo muy atareada pariendo y criando hijos para Portugal, cómo  lazos para seguir uniendo reinos. A Isabel y Juan, siempre los tengo en la memoria
Esta  carta será  como una larga conversación contigo, en la que para mi disgusto sólo hablaré yo. Disculpa que no lo haya hecho hasta ahora que por las circunstancias me siento más identificada contigo. Tu percepción de los acontecimientos en la  vida de los demás y de los tuyos propios se evaporó desde que vives  en esa doble cárcel que es tú mente y el palacio  de Tordesillas, por eso  te dará igual el orden de las cosas de las que te quiero hablar, así  que empezaré por lo que más atormenta a mi alma.
Hace unos días se me hizo saber   que mi esposo ya no me quiere en palacio. Ha pasado  tiempo desde   que se separó de mí para casarse con Ana, su antigua amante,  aunque  yo seguía viviendo en palacio apartada en mis aposentos con la discreción obligada, claro.  Así que te escribo desde Ampthill, donde estoy confinada por orden del rey, después de que el obispo de Canterbury anulara nuestro matrimonio. Para ello  hubo de separarse de la obediencia a la Iglesia de Roma, y fundar otra para la conveniencia del rey. ¡Qué hubiera dicho nuestra madre!


                               

Era “urgente” un heredero varón para Inglaterra, ya sabes, antes sus razones eran otras; que nuestro matrimonio estaba en ilegalidad  porque nos casamos siendo cuñados aunque yo tuve que firmar bajo juramento que enviudé siendo todavía  virgen. El Príncipe de Gales era muy  enfermizo, y las  fiebres que los dos padecimos  él no las pudo superar y el pobre pronto murió. Tiempos de mucha tristeza para mí porque yo quería a Arturo, y también de larga espera  hasta que se decidió que su hermano Enrique, fuera mi segundo esposo. Los primeros años fueron  felices,  yo era muy querida por el pueblo inglés. Les caí bien desde el principio por   mi aspecto, pelirroja y ojos claros cómo nuestra madre, esa fue una de las razones, las otras las puse yo;  colaboré cuanto pude y representé al rey en los momentos difíciles cuando él cada dos por tres   guerreaba con Francia. Luego llegó la tristeza de mis embarazos frustrados, y el hijo que era la esperanza,  murió a poco de nacer. Hasta que llegó  María, mí adorada hija María.
La razón verdadera es que se enamoró perdidamente  de Ana  Bolena, como de  otras tantas  anteriormente. Yo  lucho  para que María, nuestra única hija viva, sea la heredera del trono de Inglaterra aunque no sea varón. Dos veces vino Carlos, ese hijo tuyo tan importante y con tanto poder,  para recordar a  mi esposo y sus consejeros, que yo tenía mis derechos y no habría divorcio si yo no daba mi consentimiento, en lo que el Papa de Roma  también me apoyó. Y no me doy por vencida,  soy y seré la reina y no aceptaré  chantajes, ni me doblegaré ante nada, hasta el día en que muera. Para eso nacimos Juana.


   

Pero  la pobreza  de este caserón que le llaman palacio por que  saben que dentro  vive una reina muy a su pesar, nos hace malvivir. Me siento  agobiada y empequeñecida por la humedad asesina que se me cuela en los huesos y me atrofia  cada vez más. Alejada de todo lo que yo quiero, sin nadie con quien hablar y preguntar porqué; sólo el viento indómito de estas tierras parece contestarme.
Procuro entretener  las horas en recordar, y a veces llego hasta la niñez, nuestra niñez y la de nuestros hermanos, el tiempo que vivimos en Granada, aquel paraíso, el "palacio rojo" le llamaban, de preciosos jardines,  refrescantes fuentes  y los  caminos de piedra para que el agua no interrumpiera su eterna conversación. Y sobre todo la  maravillosa e inigualable luz inundándolo todo, esa luz que ya soy incapaz de imaginar. 
Recuerdo nuestros juegos y la educación estricta y esmerada que todos recibimos porque nuestra misión  era reinar. Entre tanto nuestros padres después de tomar  la ciudad,  decidieron quedarse para gobernar desde allí y seguir  conquistando  tierras para que “su” España  siguiera dominando el  mundo. Eran tan ambiciosos que hasta se atrevieron con un continente que para nosotros  ni siquiera  "existía".
A veces me quiero convencer  de  que  para ellos no fuimos, sólo,  las piezas necesarias  para sus propósitos, algo difícil,  estando tan calculadas las alianzas que luego de una manera u otra se  cumplieron; Isabel y María con Portugal; el pobre Juan y tú  con los Habsburgo; y yo con Inglaterra.




También  querida, Juana,  pienso en  las cosas que tienen  en común nuestras vidas; nuestra  salida de España  tan  jóvenes, casi niñas,  a encontrarnos con nuestro destino, sin conocer a nuestro futuro esposo, ni el país, ni nada. Las dos sufrimos por amor, tú, hasta enloquecer lloraste  la muerte de Felipe, y antes, por los malditos celos que no te dejaban vivir. Tuviste un mal comienzo,  no podías comprender que aquel apodo tonto de tu marido  le endiosara tanto que no le permitiera    ver   que  en verdad  la hermosa eras tú.   A mí, el sufrimiento me da más cordura  y  me hace ver más claramente lo desgraciada que soy. Ahora yo al igual que tú,  apartada  del mundo para no entorpecer, cada una en su cárcel relegadas en el olvido,  pero  reinas,  esperamos que el final del cautiverio llegue  antes que la muerte.
Y porque tú volviste a la tierra y yo no, sería cumplir un hermoso sueño, poder compartir contigo un paseo, aunque sólo fuera.  En Granada,  bañadas por la luz del sol, disfrutar de los bellos jardines, y  los murmullos del agua, y  así esperar  tranquilas  la llegada de  un inolvidable  atardecer.

P.D. Si un halo de lucidez  cruza tu mente, me  gustaría ver la expresión de tu cara si llegaras a leer lo que aquí  te escribo. Y si todo lo  que ha sido y es nuestra vida, ha merecido la pena,  también para nosotras. Un fuerte abrazo para  ti, Reina de España, de  tu hermana Catalina, Reina de Inglaterra.

La voz  grave de Charlotte le sacó de su abstracción cuando lentamente plegaba el papel.  -¡Mi señora,  mi señora!, los criados se van, estamos solas, la carta no podrá salir hoy.


 




Apunte de la HIstoria:
Catalina de Aragón, Reina de Inglaterra, nació en diciembre de 1485, en el Palacio Arzobispal de  Alcalá de Henares. Fue la hija más pequeña de los Reyes Católicos.  Murió  en enero  de 1536 en el castillo de Kimbolton donde estaba confinada. Fue enterrada en la Catedral de Peterborough, y aunque nunca renunció al título de reina fue enterrada con un funeral  de Princesa Viuda, en vez de Reina, el que la correspondía.
En su honor las ciudades de Peterborugh y Alcalá de Henares son ciudades hermanas.

                                                                                                                      
P. Merino.
Fotos: P.Merino.





Estatua de Catalina de Aragón, delante del Palacio Arzobispal, Alcalá de Henares, donde nació.  
           

7 comentarios:

  1. Es una carta preciosa y da en el clavo de lo que fue la política matrimonial de lso R.R.C.C. Y lo que era la vida de aquellas princesas arrancadas de su entorno para casarse en un país extranjero, a menudo hostil. No sé quién fue más desafortunada si Catalina o Juana.
    Besos

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  2. Me ha impresionada la carta de Catalina a su hermana Juana, cuanta tristeza reflejan sus letras, la verdad que por muy reinas que fueran sus vidas no son nada envidiables, tuvieron que sufrir mucho.Besotes

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  3. Una buena y sentida recreación has escrito, Puri, de una triste historia de reinas.
    Con toda seguridad, no ha sido nada fácil ni para Catalina de Aragón ni para Juana la Loca...y su Felipe el Hermoso y mujeriego, por lo visto. Enriquito el amoroso marido, al menos no la decapitó a Catalina como hizo con Ana Bolena.... todo un detalle de su parte :-)

    Besos

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  4. Triste historia la de esta mujer, ví la serie de los Estuardo y tenía ella un dignidad envidiable.
    Un abrazo

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  5. Los líos de palacio -diferentes-, siguen existiendo ;-)

    Buena lección de Historia

    Besos

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  6. Muy buena tu carta de las hermanas reinas pero desgraciadas. Has sabido muy bien recrear el contexto histórico en la carta que Catalina, quién sabe si la escribió a Juana y quién sabe si nunca la recibió o ¿ sí? Hay muchos secretos en las historia aún sin descubrir.

    Un abrazo

    Luz

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