Una carta perdida
A los cinco meses de llegar a Plymount con tan sólo quince años de edad, la joven y hermosa Catalina, ya era Princesa Viuda. Sin marido, sin dote y sin saber cuánto tiempo tardarían en arreglar la vuelta a su país, se sentía en el más absoluto desamparo. Siete años tardaron sus padres en negociar otra boda que garantizara la solidez que requerían las dos coronas la inglesa y la española, mientras élla con la mirada perdida buscaba en el horizonte una explicación que nadie le daba. Charlotte, su fiel dama de compañía, la única que la entiende y le acompaña desde que llegó aquel país, la sigue unos pasos por detrás en el paseo matutino. Adquirieron la costumbre de pasear todos los días por las verdes y húmedas praderas inglesas cercanas a palacio a la vez que Catalina, descubría que el sol allí no era bienvenido.
-Mi querida Charlotte, cada día aguanto menos el mal tiempo de estas tierras. Volvamos a la casa, hoy quiero escribir una carta.
En el año del señor de 1533
Querida Juana, hermana mía:
Cuánto
me gustaría, Juana, verte y hablar contigo de nuestras cosas, también con María,
aunque ella siempre estuvo muy atareada pariendo y criando hijos para Portugal,
cómo lazos para seguir uniendo reinos. A
Isabel y Juan, siempre los tengo en la memoria
Esta carta será como una larga conversación contigo, en la que
para mi disgusto sólo hablaré yo. Disculpa que no lo haya hecho hasta ahora que
por las circunstancias me siento más identificada contigo. Tu percepción de los
acontecimientos en la vida de los demás y
de los tuyos propios se evaporó desde que vives en esa doble cárcel que es tú mente y el palacio
de Tordesillas, por eso te dará igual el orden de las cosas de las que
te quiero hablar, así que empezaré por
lo que más atormenta a mi alma.
Hace
unos días se me hizo saber que mi esposo ya no me quiere en palacio. Ha pasado tiempo desde que se
separó de mí para casarse con Ana, su antigua amante, aunque yo seguía viviendo en palacio apartada en mis
aposentos con la discreción obligada, claro.
Así que te escribo desde Ampthill, donde estoy confinada por orden del rey,
después de que el obispo de Canterbury anulara nuestro matrimonio. Para
ello hubo de separarse de la obediencia
a la Iglesia de Roma, y fundar otra para la conveniencia del rey. ¡Qué hubiera
dicho nuestra madre!
Era
“urgente” un heredero varón para Inglaterra, ya sabes, antes sus razones eran
otras; que nuestro matrimonio estaba en ilegalidad porque nos casamos siendo cuñados aunque yo tuve
que firmar bajo juramento que enviudé siendo todavía virgen. El Príncipe de Gales era muy enfermizo, y las fiebres que los dos padecimos él no las pudo superar y el pobre pronto
murió. Tiempos de mucha tristeza para mí porque yo quería a Arturo, y también de
larga espera hasta que se decidió que su
hermano Enrique, fuera mi segundo esposo. Los primeros años fueron felices, yo era muy querida por el pueblo inglés. Les
caí bien desde el principio por mi
aspecto, pelirroja y ojos claros cómo nuestra madre, esa fue una de las
razones, las otras las puse yo; colaboré
cuanto pude y representé al rey en los momentos difíciles cuando él cada dos
por tres guerreaba con Francia. Luego llegó
la tristeza de mis embarazos frustrados, y el hijo que era la esperanza, murió a poco de nacer. Hasta que llegó María, mí adorada hija María.
La
razón verdadera es que se enamoró perdidamente de Ana Bolena, como de otras tantas anteriormente. Yo lucho para que María, nuestra única hija viva, sea la
heredera del trono de Inglaterra aunque no sea varón. Dos veces vino Carlos,
ese hijo tuyo tan importante y con tanto poder,
para recordar a mi esposo y sus
consejeros, que yo tenía mis derechos y no habría divorcio si yo no daba mi
consentimiento, en lo que el Papa de Roma también me apoyó. Y no me doy por vencida, soy y seré la reina y no aceptaré chantajes, ni me doblegaré ante nada, hasta
el día en que muera. Para eso nacimos Juana.
Pero la pobreza de este caserón que le llaman palacio por que saben que dentro vive una reina muy a su pesar, nos hace
malvivir. Me siento agobiada y
empequeñecida por la humedad asesina que se me cuela en los huesos y me atrofia
cada vez más. Alejada de todo lo que yo
quiero, sin nadie con quien hablar y preguntar porqué; sólo el viento indómito
de estas tierras parece contestarme.
Procuro
entretener las horas en recordar, y a
veces llego hasta la niñez, nuestra niñez y la de nuestros hermanos, el tiempo
que vivimos en Granada, aquel paraíso, el "palacio rojo" le llamaban, de preciosos
jardines, refrescantes fuentes y los caminos
de piedra para que el agua no interrumpiera su eterna conversación. Y sobre
todo la maravillosa e inigualable luz inundándolo
todo, esa luz que ya soy incapaz de imaginar.
Recuerdo nuestros juegos y la educación estricta y esmerada que todos recibimos porque nuestra misión era reinar. Entre tanto nuestros padres después de tomar la ciudad, decidieron quedarse para gobernar desde allí y seguir conquistando tierras para que “su” España siguiera dominando el mundo. Eran tan ambiciosos que hasta se atrevieron con un continente que para nosotros ni siquiera "existía".
A veces me quiero convencer de que para ellos no fuimos, sólo, las piezas necesarias para sus propósitos, algo difícil, estando tan calculadas las alianzas que luego de una manera u otra se cumplieron; Isabel y María con Portugal; el pobre Juan y tú con los Habsburgo; y yo con Inglaterra.
Recuerdo nuestros juegos y la educación estricta y esmerada que todos recibimos porque nuestra misión era reinar. Entre tanto nuestros padres después de tomar la ciudad, decidieron quedarse para gobernar desde allí y seguir conquistando tierras para que “su” España siguiera dominando el mundo. Eran tan ambiciosos que hasta se atrevieron con un continente que para nosotros ni siquiera "existía".
A veces me quiero convencer de que para ellos no fuimos, sólo, las piezas necesarias para sus propósitos, algo difícil, estando tan calculadas las alianzas que luego de una manera u otra se cumplieron; Isabel y María con Portugal; el pobre Juan y tú con los Habsburgo; y yo con Inglaterra.
Y porque
tú volviste a la tierra y yo no, sería cumplir un hermoso sueño, poder
compartir contigo un paseo, aunque sólo fuera. En
Granada, bañadas por la luz del sol, disfrutar
de los bellos jardines, y los murmullos
del agua, y así esperar tranquilas la llegada de un inolvidable
atardecer.
P.D. Si
un halo de lucidez cruza tu mente, me gustaría ver la expresión de tu cara si
llegaras a leer lo que aquí te escribo.
Y si todo lo que ha sido y es nuestra
vida, ha merecido la pena, también para
nosotras. Un fuerte abrazo para ti,
Reina de España, de tu hermana Catalina,
Reina de Inglaterra.