Conversaciones diarias.
Es media mañana, el autobús que sale del Campus Universitario, arranca y una muchacha se sienta en el asiento que hay detrás de mí, después un hombre, se dispone a ocupar el asiento que queda libre a su lado.
- Esto no se hace, esto es público, lo pagamos todos; yo... tú papá... todos.
Es media mañana, el autobús que sale del Campus Universitario, arranca y una muchacha se sienta en el asiento que hay detrás de mí, después un hombre, se dispone a ocupar el asiento que queda libre a su lado.
- Esto no se hace, esto es público, lo pagamos todos; yo... tú papá... todos.
- Bueno, como no había nadie... por eso la he dejado ahí, pero ya la quito.
- Claro mujer, la juventud sois la esperanza de España.
- Ah, si sí claro, claro.
- ¿Eres de la Politécnica?
- No, soy de Medicina.
- ¿A sí?, ¡qué bueno!. Seguro que seréis mejores que nosotros.
- Qué curso.
- Segundo.
- Ah, muy bien.
Silencio.
Silencio.
El escuchante involuntario saca sus conclusiones.
La conversación prometía una discusión por la mochila que la chica dejó en el asiento vacío de al lado. Una meméz. Pero todo fue en un tono bajo y suave. El hombre, posiblemente médico, ya, tenía un marcado acento latinoaméricano, argentino quizá, que me pareció decisivo, para que la breve charla se quedara en un amable interrogatorio. La chica, simplemente le siguió la corriente, sus contestaciones fueron más cortantes, justas, para qué más. No la ví, yo iba delante, pero estoy casi segura que se refugió en el juqueteo táctil del móvil para dar por terminada la incómoda conversación.
Yo me bajé antes. Y pensé que a veces por basatante menos, la cosa termina en una acalorada discusión donde lo primero que se ausenta es el respeto.
Purificación.
Imagen: Internet
Yo me bajé antes. Y pensé que a veces por basatante menos, la cosa termina en una acalorada discusión donde lo primero que se ausenta es el respeto.
Purificación.
Imagen: Internet