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Amanda,
pensaba en que cuando fuera mayor, no pararía hasta encontrar a aquél muchacho de
aspecto triste que la miraba fijamente mientras le ponía gasolina al coche de su padre. Le buscaría y se casaría con él.
Entonces
ignoraba que aquél muchacho que tanto le atraía y ella, significaban la eterna
diferencia entre ricos y pobres, el
norte y el sur, las orillas siempre opuestas. Y que no era por un capricho más
de niña mimada, si no la intensidad de sus grandes ojos castaños y la tristeza de su
mirada, lo que le hizo tomar semejante decisión.
Pasó
el tiempo y creció lo suficiente para hacer lo que quisiera con sus caprichos.
Y quiso, casarse con un hombre rico, y todo lo de alrededor, gran casa, lujos,
viajes…tiempo.
Una
mañana, como otras muchas, al mirarse en el espejo sintió que aquél día iba a ser
diferente. Recordó que tenía que ir a la ciudad y pronto vendrían a buscarla. Terminaba de
arreglarse cuando se oyó el claxon de un coche, torció el gesto, odiaba que la
llamaran como si fuera la salida de una fábrica; el chofer no debía ser el
habitual.
Bajó
por la escalera con gracia, elegante y sencilla, no le gustaba hacer alarde de
su posición, cuando nació además de todo, también heredó el buen gusto.
-Buenos
días señora, hoy sustituyo a Ramón.
–Bien,
bien- contestó, casi sin mirarle, mientras se dirigía a la puerta del coche que él se apresuró a abrir, después se sentó al volante y empezó a conducir con rapidez
y seguridad.
-¿Cómo
se llama?
-Lucas,
señora.
Para
poder ver la cara de su interlocutor miró el espejo retrovisor, el chofer hizo
lo mismo, los ojos se reconocieron y en aquél mismo momento se entabló una
conversación sin palabras.
-Te
busqué pero el tiempo fue largo y te olvidé.
-Yo
no te olvidé, pero seguimos en los lados opuestos.
Sus
miradas ya no pudieron cambiar de dirección. El choque fue brutal, se habían
empotrado en un camión.
-El
hombre está muerto, dijo alguien. Ella recibió la noticia en sueños, entre el
ulular de las sirenas de las ambulancias.
-Un
día diferente… murmuró Amanda, antes de morir.
P. Merino
Los dos lados opuestos sólo pueden chocar. Un instante nada más, una ráfaga de felicidad. Y adiós.
ResponderEliminarTal vez ese instante valga más que toda una vida, qué sabemos nosotros de la verdadera medida del tiempo.
Un buen relato para un 1 de octubre.
Nos vemos, Puri.
Besos
Digo...un 1 de noviembre.
ResponderEliminarBuena conclusión, Abejita. Qué sabemos nosotros de la medida del tiempo. Gracias por ser la primera.
ResponderEliminarUn error lo tiene cualquiera, y es que se pasan los días y los meses a una velocidad...
Si, pronto nos vemos.
Besos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe gustó.
ResponderEliminarLa felicidad dura poco y para algunos, poquísimo.
Besos
Mejor un poco que nada.
ResponderEliminarGracias Virgi.
La felicidad
ResponderEliminarcomo ráfaga de aire
es efímera
¡¡Uy!! me ha salido un haiku.;-)))
Besos dubitativa
Lo tuyo son los haikú, está claro. Te quedó muy bien.
Eliminar¿dubitativa?
besos.
Buen relato con un sorprendente final.
ResponderEliminarLa Felicidad es el rayo de luna que tan bien retrató Bécquer en una de sus leyendas. Cuando te das cuenta que eres feliz, ya dejas de serlo.
Besos
Luz
¡Hay la felicidad!, esquiva y escurridiza, y aquí además efímera.
EliminarGracias Luz.
(Estamos muy bien en las fotos, bonito recuerdo)