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Estaba sentada en el banco que había en el pasillo, con
las manos metidas debajo de las nalgas, balanceando los pies de atrás hacia adelante
con el ritmo del péndulo de un reloj. Aunque la miré de arriba abajo mis ojos sólo veían su cara. Un
escalofrío me subió por todo el cuerpo, porque a la vez que me era totalmente
extraña algo le hacía íntima y familiar.
-¡Hola!, qué haces aquí- No me contestó, bajó la cabeza y empezó a
mirarse los zapatos que entraban y salían por debajo del banco, como si el
color blanquísimo de sus calcetines le
quisieran hipnotizar. Después vergonzosa, me miró y su mirada se fijó en la mía de
tal modo, que yo pude colarme en su interior igual que si atravesara una puerta
abierta de par en par.
De golpe sentí que mis manos acariciaban los agujones de
colores pinchados en el acerico, que llevaba
en el bolso del vestido, y recordé perfectamente que se jugaba tapándolos con
montoncitos de tierra, y los ganaba el que conseguía destaparlos a base de golpear
con una piedra.
En el otro bolso tenía más tesoros; algunos botones todos diferentes, que se soltaron de su lugar y que yo recogía llena de alborozo. También trozos de hilos de diferentes colores rescatados de alguna tela, a veces del propio vestido, y que me gustaba guardar como oro en paño para jugar a las “cunitas”. Se ataban los hilos unos con otros, se cogían con las dos manos extendidas, después se entrelazaban con los dedos hasta formar algo parecido a una cuna, que otras manos recogían cambiando la figura hasta que no había forma de seguir porque se enredaba todo.
En el otro bolso tenía más tesoros; algunos botones todos diferentes, que se soltaron de su lugar y que yo recogía llena de alborozo. También trozos de hilos de diferentes colores rescatados de alguna tela, a veces del propio vestido, y que me gustaba guardar como oro en paño para jugar a las “cunitas”. Se ataban los hilos unos con otros, se cogían con las dos manos extendidas, después se entrelazaban con los dedos hasta formar algo parecido a una cuna, que otras manos recogían cambiando la figura hasta que no había forma de seguir porque se enredaba todo.
Empezó a molestarme la tirantez del pelo por el peinado de las trenzas; tiesas,
brillantes, sin un pelo fuera
de su sitio, y rematadas con lazos de
seda blanca para tapar las gomas que servían de eterna sujeción. Sólo así
resistirán hasta el final del día aunque corra, o se me enganchen en la cuerda
al saltar a la comba. Si los pierdo, no estrenaré otros hasta el domingo de Ramos y
eso, si doy la lata lo suficiente.
Hoy vino la
infancia a visitarme.
P. Merino
P. Merino
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Niñez...
Estado
de ignorancia que ayuda a ver las
cosas diferentes,
y estar dispuesto a ser
feliz a cualquier hora,
correr sin temor ni
cuidado por el barro,
y a revolcarse al bajar por la pendiente
y a revolcarse al bajar por la pendiente
cansado y exhausto al
llegar a la pradera.
Creerse el rey de todo
lo que sus ojos miran,
y con derecho a tocar
hasta donde sus manos llegan.
Guardar con descuido en los bolsillos,
los lazos caídos de las trenzas,
los lazos caídos de las trenzas,
o las canicas de
cristal ganadas en la última contienda.
Y al volver ya tarde a
casa
con la cara sucia a cachos,
con la cara sucia a cachos,
del polvo de la calle y las lloreras,
esperar impaciente y temeroso,
la mirada atenta y sin reproches
de la madre al ofrecerle la merienda.
P. Merino.
Yo también llevé trenzas y coletas tirantes y jugué a las cunitas. A los alfileres no jugué nunca pero vi jugar. La niñez está en cualquier esquina, te la encuentras y vuelves a paladear sus sabores o sus sinsabores.
ResponderEliminarViajamos a través de tu entrada, en prosa y en verso, por ese paraíso perdido. Paraíso visto desde aquí.
Besos, Pamisola.
Yo estoy viviendo mi segunda infancia con mis nietos, y es lo mejor que te puede pasar.
ResponderEliminarMe alegro que saques a la luz todo lo guardado.
Besos
He quedado prendado de una palabra: acerico. Esa palabra y la mención del juego -al que yo, como niño, no jugaba- me ha llevado a la infancia también. Gracias.
ResponderEliminarAbejita:
ResponderEliminarHay épocas -la niñez- en que los juegos o las modas igualan lo recuerdos, y través de ellos viajamos a ese espacio de tiempo tan importante para todos. El paraíso perdido.
Gracias.
Besos.
Kety:
La infancia de uno es intransferible, aunque tu ahora estés
viviendo la de tus nietos, una suerte. De vez en cuando meto la mano en el cajón, y ya sabes... tú lo explicas muy bien.
Besos.
Pedro: Yo no puedo hablarte a ti de palabras, pero es bonito quedarse prendado también de ellas. Y si nos llevan a la infancia con más razón.
De nada.
Besos.