Mis primeras lecturas, sin leer.
Mis comienzos con la lectura son algo confusos. Cuentos infantiles de forma tangible, no recuerdo tener, pero sí los poemas que mi madre recitaba para entretenernos mientras hacía otras cosas.
“He dormido esta noche en el campo,
con el niño que cuida mis vacas
y
se quiso quitar ¡pobrecillo!
su
blusita y hacer mi almohada”
(Con una entonación dramática tan conveniente, que a
veces nos hacía llorar).
Creo que para élla era
un pasatiempo, al que nosotros (mis hermanos y yo) no le dábamos importancia, y
aunque nunca nos hizo repetirlo para que lo aprendiéramos, distraídamente las palabras se quedaron por
allí acompañadas del soniquete conocido,
que no le restaban ningún atractivo porque
hablaba de cosas que no éramos capaces de imaginar. Palabras que sonaban bien y debían querer decir cosas hermosas, quizá por eso
se quedaron enredadas en algún soporte invisible y resistente de nuestro
ser, hasta hoy.
Palabras, a veces mágicas para una mente infantil, que podrían ser el bálsamo para curar una
buena rabieta:
“La
Princesa está triste, ¿qué tendrá la Princesa?”...
Y curada la herida, un
premio:
“Margarita te voy a contar un cuento…
(Y la retahíla de cosas lejanas y maravillosas que venían después)
“Este era un rey que tenía
un
palacio de diamantes,
una
tienda hecha del día
y
un rebaño de elefantes”…
O las veces que la cocina se convertía en un jardín muy particular.
“Era un jardín sonriente, era una tranquila fuente de cristal,
y
era a su borde asomada una flor inmaculada de un rosal”…
Con lo que Gabriel y Galán, Rubén Darío, o, los hermanos
Álvarez Quintero, fueron los autores,
que yo recuerde, de nuestros
“primeros libros”. En realidad
fueron las lecturas de juventud de mi madre, supuestamente sus preferidas, y que gracias a su buena memoria, suplían las carencias de libros
en casa. Sólo un pequeño diccionario, para consultar sus dudas, que tiempo después yo usaba como
distracción, además de buscar palabras y
contemplar los dibujos; un pequeño
tesoro.
Poco después o entremedias,
los cuentos de Hadas, y del Capitán Trueno, gracias a que por unos céntimos se podían cambiar por otros
que no hubiéramos leído, con la
condición de que estuvieran en el mismo
estado de decrepitud. Además de las
lecturas que se hacían en los libros del colegio, sin faltar claro, el Catecismo del
Padre Astete, y el gran "best- seller" de
aquéllos tiempos, en los libros de aprender o de enseñar, según se mire, la Enciclopedia Álvarez, 1º, 2º y 3º grado.
Las lecturas
Después una laguna muy grande, con nada que recordar, hasta que llegaron mejores tiempos y ya en la
adolescencia, los libros empezaron a llegar a casa por obra y gracia
de la cuota bimensual del Club de Lectores.
Ahí empezó verdaderamente,
mi relación con la Lectura, a salto de mata, y de forma un poco salvaje. Leía
con interés, pero con el des-orden, en cuanto
a los títulos se refiere, en que iban
llegando. “Ana Karenina”, "Platero y yo”, “ Madame Bovary”, “Viento del
Este, viento del Oeste”, “Los cipreses creen en Dios”, “La familia de Pascual
Duarte”, “Malinche”, “Réquiem por un campesino español”, “Cumbres borrascosas”,
“La sonrisa etrusca”, “El camino”… “Pantaleón y las visitadora”, “Veinticuatro
horas en la vida de una mujer” “La montaña mágica” y muchos más que no recuerdo.
Entre
todos están esos que no se quedan en la memoria,
libros que son menos importantes
literariamente (eso se descubre después) pero tienen el valor de ser parte necesaria
para no perder el hábito y buscar el
siguiente. Y de vez en cuando llegan
esos que sin saber porqué impactan y se recuerdan especialmente, por ejemplo: “Nada”, de Carmen Laforet, por la manera de tratar el tema, (la guerra
civil) y por la juventud de la autora en el momento que lo escribió; “León el Africano”, de Amín Maalouf, historia de la Reconquista, desde el punto de vista de los reconquistados; “Malinche”, de Jane Lewis Brandt, maravilloso libro épico de la conquista de Méjico por Hernán Cortés; Los Cuentos, de Cortázar; La Tía Tula, de Unamuno; Confieso que he vivido, de Neruda, fue por un tiempo, visitado muchas veces por mí, eso que llaman "libro de cabecera".
Pero a la larga los
datos y los títulos de los libros es lo que menos importa, lo importante es el
mágico momento en que la historia que
cuenta el libro te hace olvidar todo lo
demás.
El tiempo que se dedica a la lectura va por etapas, según las circunstancias y los quehaceres del momento, de eso, y un poco la dejadez, también depende la asiduidad.
El tiempo que se dedica a la lectura va por etapas, según las circunstancias y los quehaceres del momento, de eso, y un poco la dejadez, también depende la asiduidad.
Para mi han sido muy
interesantes los Clubes de Lectura. Ayudan sobre todo a comprender y ser más críticos con lo leído, a expresar y contrastar las
opiniones, las propias y las ajenas y a la vez
apreciar las posibilidades que
una historia puede tener, tantas y tan diferentes como
personas participen en la
reunión. Sigo leyendo, ahora menos. Y también escribo, como Dios o quien sea, me da a entender y gracias a lo que me enseñaron los
profesores que me he ido encontrando por los sitios de aprender, (primero,
Pedro Talaván, en el C.E.P.A. D. Juan
I y después Francisco Martínez Morán en
el Taller de Escritura de la U.A.H.) y siempre de la manera más desinteresada la influencia y la importancia de la lectura.
Aunque ahora sólo
recuerde una parte de todo lo leído, todas las lecturas han sido importantes, pero
las primeras, las orales como en los
tiempos antiguos, y que no ocupan lugar en ninguna estantería siguen sin deteriorarse, siguen como el
primer día.
P. Merino.
Ilustración: Amy Sol
Fotografía: Cristopher Stott
Tienes razón, esos cuentos y poemas escuchados en nuestra infancia son ya un anuncio de la lectura, la puerta abierta hacia un mundo lleno de palabras.
ResponderEliminarQué buena aportación la tuya a nuestra lectura. Gracias.
Que linda forma de entretenerlos tenía tu madre y como ese legado queda dentro... Muy emoiconante tu relato, Puri. Gracias y besos.
ResponderEliminarNo sé quién sería yo si no hubiera leído desde pequeña.
ResponderEliminarMuchos de los títulos que pones también me han acompañado.
Besos
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarQuerida Mª Ángeles, discúlpame, he borrado tú comentario por error, no sabes cuánto lo siento.
EliminarMe gustaría restablecerlo pero no tengo ni idea si se puede, y cómo hacerlo.
Besos.
Que te hayas acordado del poeta Gabriel y Galán me trae recuerdos de la infancia. Recuerdo a mi padre recitando de memoria El Ama o El Embargo, era de por aquí. Generaciones de antepasados lo conocían de pe a pa. El Vaquerillo era conocimiento obligado, aún no se me ha olvidado de cuando lo tuve que aprender. "Confieso que he vivido" fue durante bastante tiempo lectura obligada, tiempos jóvenes. Este verano he leído varias novelas de Carmen Martín Gaite. Me encanta su prosa elegante.
ResponderEliminarPerdona que haya entrado en tu casa sin llamar, te conozco por tus comentarios en blogs amigos.
Saludos
Bienvenido, Pancho, a mi blog-casa.
EliminarSiempre hay algo que recuerda a la infancia. Ya veo que mi madre no era la única que lo hacía, repetir lo que aprendieron de memoria.
Recordarlo ahora es una satisfacción, y un poco homenaje a ellos.
Gracias por tu visita.
Saludos.
;-)
ResponderEliminarBesos
Me siento identificada con los versos del Vaquerillo. Desde que los aprendí, como tú muy bien dices se quedaron enredados en "algún soporte invisible" y aún, de vez en cuando los recito. Los tebeos de Cuentos de Hadas, eran mi perdición.
ResponderEliminarYa sé de vuestras lecturas porque he leído vuestro libro. REalmente Puri, tú tampoco has parado de leer.
Besos
Lus
Siempre me encantó la lectura y mi madre me recitaba "Margarita" de Rubén Darío. Me lo sabía de memoria, pero ahora se me olvidaron algunas partes. ¡Muy agradable tu texto, te felicito!
ResponderEliminarMuchas Gracias por tu amable visita, Diana. Me alegra que Rubén Darío, y su "Margarita" sean en parte coíncidencia de nuestros recuerdos infantiles.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas Gracias por tu amable visita, Diana. Me alegra que Rubén Darío, y su "Margarita" sean en parte coíncidencia de nuestros recuerdos infantiles.
ResponderEliminarSaludos.